Relatoría: Una estancia en Naropa

26 Ene 2022







*Por Ambar Geerts Zapién

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Por causas diversas llegué a la edición 2019 del Summer Writing Program in medias res. El programa había comenzado hacía casi dos semanas, y además llegué un viernes. Al bajarme del avión en Denver lo primero que llamó mi atención fue la planicie gris y verde que se veía por los enormes ventanales del edificio, y enseguida las miradas centenarias que me observaban desde las fotos en blanco y negro de gran formato de varios jefes,
guerreros y skaws de los pueblos nativos de Colorado colgadas en los pasillos del aeropuerto. Me quería detener a mirarlos pero me ganaron los nervios de la aduana y seguí a los demás pasajeros, arrastrando mi maleta.

En el autobús hacia Boulder (aproximadamente una hora desde Denver, la capital del
estado) me seguía preguntando dónde estaban las montañas que me habían dicho eran parte del paisaje y del orgullo boulderita. Nada en la vasta planicie indicaba relieve. Me dejé arrullar por la carretera, imaginando a los búfalos pastando serenamente en aquel verde interminable. El autobús atravesó una localidad redundantemente llamada “Table
Mesa” y pensé en las increíbles fronteras culturales y lingüísticas que separan a Estados Unidos de México, cuando de pronto se alzaron las imponentes rocas (Flatirons, les dicen, por el parecido con una plancha) que son sólo el pie de la inmensa cordillera de las Rocky Mountains. Las nubes cubrían sus cimas, pero eso daba pie para imaginarlas aún más imponentes de lo que ya eran. Y justo antes de las rocas, Boulder, como un apacible pueblo suizo, limpio y ordenadito, acaudalado y verde.


Foto: flatironsendo.com

De inmediato me llevaron a Naropa University, la pequeña sede de la Jack Kerouac School sobre Arapahoe Avenue, y me ofrecieron una silla en la sala donde se llevan a cabo la mayoría de las actividades del SWP. El público estaba a oscuras y unos cuantos estudiantes leían sus textos desde una estrada bastante amplia e iluminada. Aparte de los lectores había un chico de cabello largo sentado tocando guitarra, acompañando las
lecturas con su música. El ambiente me pareció relajado y benévolo, el público parecía entusiasta, todo muy alejado de los coloquios que había presenciado hasta entonces. La Universidad de Naropa fue fundada en 1974 por el maestro tibetano Chögyam Trungpa. Es una de las universidades privadas de “liberal arts” en Estados Unidos y se define como no-sectaria pero inspirada en el budismo. Desde el primer verano, Trungpa pidió a los poetas Allen Ginsberg, Anne Waldman, John Cage y Diane di Prima que fundaran un departamento de poética. Hoy, Naropa promueve actividades poco tradicionales, por ejemplo la meditación como complemento a métodos convencionales de aprendizaje. La escuela, y el público que la frecuenta, es una suerte de mezcla creativa de rigor académico y excentricidad. Me pareció fabuloso ver edificios escolares “normales”, con sus salones, sillas, mesas y pizarrones, junto a estatuas de Buda, tapicería tibetana, y pequeños altares con banderitas de colores.

Lo que sucede durante el SWP es específico de este evento, por lo que imagino que durante el ciclo escolar el ambiente de Naropa debe ser algo
diferente; cada año, desde 1974, se reúnen ahí poetas y alumnos a trabajar, leer, aprender y compartir durante tres semanas. Traté de combinar lo mejor posible mis ganas de estar en todos los paneles y lecturas con el trabajo de investigación que tenía que llevar a caboen la biblioteca, que por cierto lleva por nombre “Allen Ginsberg Library”, y cuyos estantes están llenos de poesía y diccionarios de lenguas orientales y de slang, de enciclopedias de budismo y de antologías de escrituras experimentales.


La portada del programa de 2019 (aquí a la izquierda) presenta una foto del performance “Huellas del cuerpo” de Ana Mendieta (1974), como forma de aludir a la presencia del cuerpo, o más bien de los cuerpos, tanto del artista como del espectador, y a su situación en la lucha contra la atrocidad. El tema refleja las preocupaciones que mueven a la mayoría de los poetas presentes: un fuerte sentimiento de apocalipsis y desesperanza, y una necesidad de reforzar el sentido que tiene “ser poeta”, la urgencia de recuperar espacios de vida y actuar para contrarrestar la multiplicación de las cárceles, las jaulas, las fronteras, los papeles que identifican a unos ciudadanos para excluir a otros. Claramente, la política estadounidense y
global tienen a toda esta comunidad sumergida en una rabia, una angustia y una frustración que los une y se refleja en la transversalidad de los temas que se discutieron: destrucción del medio ambiente, racismo, sistemas carcelarios, opresión, homofobia, transfobia, misoginia, guerra, acumulación
de armas, colonialismo, opresión, capitalismo y manipulación.

Sasha Steensen en Naropa. Foto: Ambar Geerts

Es contra estas fuerzas destructoras que los diferentes artistas presentes en Naropa buscan actuar; fuerzas que le hacen la guerra a las comunidades y a las personas a quienes les importa y les preocupa el futuro en otros términos que materiales, de extracción, de provecho, de utilidad y de dominación. Partiendo de la verbalización del estado de las cosas, el segundo paso es buscar cómo no ser espectador estéril de un mundo que se está desbaratando, que cada día genera más niños enjaulados, personas ahogadas en la travesía del río Bravo o del Mediterráneo, cuerpos profanados, mutilados, violentados…

Desde el performance desgarrado e incómodo de Ronaldo Wilson hasta los brillantes análisis políticos de Joshua Clover, pasando por la escansión alucinante de Tongo Eisen-Martin y la energía perfectamente armoniosa de Reed Bye, la práctica artística de los presentes busca, cada una a su manera, denunciar, deconstruir, resistir, pero también, y es uno de los aprendizajes que me dejó el SWP, recalcar la importancia de la comunidad,
del cuidado, del apoyo desde donde la acción política es posible y sin el cual estamos desprovistos de todo.

Cada semana del SWP se enfoca en un tema específico, y los poetas que son invitados a dar talleres tienen prácticas ligadas o relacionadas con
esos temas. Todas las mañanas (salvo los miércoles, reservados a entrevistas personales ent re estudiantes y maestros), los alumnos que se
inscribieron en algún taller se encierran con el o la maestra poeta y aprenden, respiran, escriben, leen, a veces gritan o crean objetos, según lo haya planeado el o la tallerista. Los viernes por la tarde se presentan los trabajos de la semana. Las otras tardes son para lecturas, paneles, conferencias y performance, donde se habla de esta angustia por lo que viene, y de la rabia de quienes sí se sientan a escribir poemas en sus escritorios con incienso y parafernalia hippie, pero también estuvieron y están en la calle cuando se llama a denunciar, a resistir, a subvertir un orden que se quiere imponer más allá de toda humanidad y de todo valor que no sea el lucro.

Tongo Eisen-Martin. Foto: Ambar Geerts

También hay otras actividades, como una ceremonia para un poeta fallecido hace unos meses, comidas con los miembros de la facultad, meditación, música, etc. Hace tiempo, Bourdieu hizo una descripción del neoliberalismo como “un programa de destrucción de las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro”. Naropa es justamente una de esas estructuras, y las diferentes actividades que propone, su historia y la comunidad que la sostiene están formadas por sendas formas de resistencia, por el fomento de un pensamiento crítico, por caminos y búsquedas
espirituales y por la valoración del cuidado y de la comunidad como el centro y la condición de la acción política.

En este sentido es importante saber y conocer este lugar, esta gente. Naropa es una de estas instituciones que posibilitan el acceso a un conocimiento y un intercambio basados en lo humano, en el desinterés, y en el encuentro alquímico de prácticas artísticas que aun siendo tan diversas convergen hacia una lucha en la cual el quehacer poético y artístico tiene y resguarda su sentido transformador. En Naropa se plantean preguntas urgentes, necesarias, disruptivas. En palabras de los organizadores, “How can writing, performance, theory, music, and critical thought be brought bear against the forces that seek to control life, to narrow it down to the pure extraction of profit? How can art be a catalyst for abolition?”

Además de presenciar y participar en las actividades e investigar en la biblioteca, fui invitada a caminar en las montañas. Como ya lo dije, son el orgullo de Boulder, y cuando llegué mis huéspedes no tardaron ni diez minutos en preguntarme si quería conocerlas. Parece que es una actividad de lo más común, y boulderites de todas las edades caminan en las Flatirons, con o sin perros. El aire puro y fresco y las imponentes vistas lo sumergen a uno en un estado de vitalidad y calma sorprendente, y me quedó mas claro porque todos parecían tan serenos y apacibles. Nos encontramos con ciervos y varios tipos de pájaros, cascadas, llanos infinitos, y siempre, a lo lejos, las cimas blancas de las Rocky Mountains. Los pueblitos alejados, fundados por aventureros en busca de oro, presentan un ambiente entre apacible y rudo. No quise imaginarme este paisaje en invierno, tan aislado y frío. Me habían advertido que en esas montañas viven pumas, y me indicaron lo que había que hacer si me encontraba con alguno de esos felinos. Creo que me faltan muchas horas de meditación para resistir las ganas de salir corriendo de tan poderoso encuentro.