¿Es la voz conciencia, identidad y compromiso?

08 Oct 2018







Con el programa del coloquio/seminario ¿Qué hacemos? Voz, conciencia, identidad y compromiso en la escena contemporánea. Alcances de las técnicas de la voz extendida entre la teatralidad y lo real, Hebe Rosell –coordinadora y, junto con Adriana Portillo, miembro del equipo que organizó bajo este título entre abril y agosto de 2018 una serie de charlas en el Museo Nacional de Culturas Populares y La Titería. Casa de las Marionetas[1]– propuso la dilución de los límites artísticos tradicionales desde múltiples prácticas vocales. Pero, ¿qué significa la voz y cuáles son sus posibilidades? ¿Qué papel juega en nuestro quehacer cotidiano? ¿Cuál es su importancia para la condición humana? ¿Somos conscientes de lo que implica? ¿Qué tipo de complicidad se puede establecer entre el artista y el público a través de la voz? ¿Es posible sanar con su ayuda? Estas fueron algunas de las preguntas frente a las que a lo largo de las ocho sesiones que duró el seminario, coordinadores e invitados provenientes de una gran variedad de escenas artísticas en México tomaron postura desde sus respectivas disciplinas y quehaceres: de las décimas de Guillermo Velázquez y Vincent Velázquez, a las propuestas filosóficas de Alberto Betancourt, pasando por la voces cinemáticas de Casilda Madrazo y Adriana Portillo como bailarinas, la multiplicación vocal de Leika Mochán a partir del recurso tecnológico del loop, el paisaje sonoro de Sarmen Almond y la voz pictórica de Felipe de la Torre.

Cantautora, poeta, actriz, activista, docente y “gurú” –como la llamaron algunos de los asistentes–, Hebe Rosell misma cuenta con una trayectoria multidisciplinaria que la convierte en un personaje poco ortodoxo, con una extraordinaria sensibilidad y una visión profunda sobre lo que la voz puede significar a los oídos, las mentes y los corazones. Consciente de la importancia del exilio en todas sus formas, ha procurado establecer a través de la voz puentes humanos, dolorosos a veces, pero necesarios. Y en esa misma línea –de trazar puentes– planteó el devenir de las sesiones, en las que la relación entre las distintas formas de entender y de ejercer la voz se volvían una invitación al reconocimiento y a la conexión humana. Para los artistas, esta invitación fue demás un motivo para replantear su quehacer, no sólo desde la materialidad de sus instrumentos de trabajo, sino desde una postura ética y social.

Indira Pensado, Hebe Rosell y Sarmen Almond

Con miras a crear un ambiente de familiaridad y de cercanía, al inicio de las primeras sesiones Hebe Rosell se acercaba al público asistente para saludarlo e invitarlo a disfrutar de la experiencia con la mente abierta y la confianza de ser partícipe y cómplice entre iguales: artistas-auditorio-humanos. Dado que cada sesión respondía a una dinámica distinta, según el diálogo que se iba entablando con los invitados, había que fluir y asumir el riesgo de alejarse de los formatos tradicionales bajo los que comúnmente se entiende un seminario o un coloquio: podía pedírseles a los artistas se presentaran ellos mismos desde donde más conveniente lo consideraran, o que se adentraran en aspectos teóricos y metodológicos de su práctica artística; acto seguido, que improvisaran pequeños performances como muestras de su obra. Podía incitárseles también a entrar en debates acalorados, o bien a que compartieran desde un estado de catarsis o de contemplación individual, que a menudo adquiría el carácter íntimo de una confesión. De ahí podía virarse a un ejercicio dinámico y colectivo, en el que se sumaban otras voces, ya fueran de miembros del público o del propio panel. Lo importante en esta alternancia, en estos saltos y relevos de momentos, de voces y de expresiones vocales –una lectura, un grito, una canción–, es que se lograba siempre crear un discurso fluido, lleno de puntos de contacto y de espacios de confluencia que parecían reforzar los vínculos entre todos los presentes.

El curso resultó así una mezcla vivificante y exploratoria en la que, por una parte, se tomó del espíritu del coloquio la práctica del debate, mediante el que se logró abordar los temas anunciados en el título del evento; y por otra parte se encarnaron los principios del seminario, considerando que muchos de los invitados jóvenes fueron discípluos de Hebe Rosell, otros llevaron a sus propios alumnos, y otros más, ejerciendo su vocación docente, aprovecharon para transmitir sus enseñanzas al público curioso, participativo y deseoso de explorar las distintas posibilidades de la voz, haciendo con todo ello honor al término primigenio de la palabra: semilla. Por esta misma razón se emparentó en más de una ocasión a estas sesiones con la idea de “clases magisteriales” abiertas al público, que sin alejarse de la vena artística, potenciaban la improvisación, el performance y la puesta en escena.

Los primeros intercambios verbales entre los invitados generalmente los llevaban a hablar, a manera de introducción, sobre su procedencia y labor artística desde la misma conciencia del origen: muchos se remitieron a la infancia, o al momento en el que el trabajo con la voz se les presentó como un recurso vital. En algunos casos, el camino venía marcado por una familia que les contagió y heredó su pasión; en otros, por la casualidad y la causalidad de la vida que los llevaron al descubrimiento y el embelesamiento ante el potencial y las posibilidades que les ofrecía la expresión vocal. Tras las presentaciones personales, en un diálogo no siempre verbal, Hebe provocaba al elenco a mostrar su obra en un performance que cobraba dirección conforme se desarrollaban las sesiones.

Los participantes, según el orden en que se dieron las sesiones, fueron: Mardonio Carballo y Guillermo Velázquez; Hebe Rosell, Sarmen Almond e Índira Pensado; Edmeé García DiosaLoca, Cynthia Franco, Victoria Cuacuas y Juan Pablo Villa; Iraida Noriega y Guillermo Briseño; Hebe Rosell, Adriana Portillo, Moisés Mendelewickz y Yolihuani Curiel Balzaretti; Vincent Velázquez, Danger, Sha Mat y Victoria Cuacuas; Micaela Gramajo, Lizeth Rondero, Felipe de la Torre y Rubén Ortiz; Ireli Vázquez, Leika Mochán, Casilda Madrazo y Alberto Betancourt. Si bien hubo ligeros cambios en el programa original debidos a que algunos invitados como Bárbara Lázara o Muriel Ricard no pudieron asistir, cada sesión se sintió bien nutrida y representada. Como moderadora –aunque por momentos renegaba de este papel defendiendo sus oportunidades de participación–, Hebe Rosell siempre fue un motor y catalizador a lo largo de las sesiones, aun cuando su nombre como participante en el programa sólo aparecía en algunas ocasiones, en las que por cierto aprovechó para presentar obras inéditas, como el poema “La llamada”, o como un fragmento de monólogo que estaba preparando para un espectáculo que ahora está en cartelera, titulado Todo el abrazo del mar no bastará.

A pesar de la amplia gama de artistas y humanistas que fueron convocados  –entre músicos (cantantes, decimeros, rockeros, raperos, spokenworderos), artistas visuales, performers, cuentacuentos, actores, bailarinas,  y un filósofo de la historia–, lejos de sentirse una disgregación, se mantuvo la unidad en torno a la pregunta: ¿qué hacemos? Y fue desde todas estas disciplinas y trincheras que se logró entablar una reflexión sobre la importancia de la voz y la responsabilidad de quienes son representantes y referencia, pues en palabras de Ireli Vázquez, lo que hacemos es “aprender a escuchar y dar voz”.

Leika Mochán, Alberto Betancourt, Ireli Vázquez, Casilda Madrazo y Hebe Rosell

Dentro de las poéticas sonoras más sorpresivas y extendidas en las que se notaba un mayor trabajo de exploración del uso de la voz con otros medios y recursos, destacaron las de Juan Pablo Villa, las integrantes del Centro de Estudios para el Uso de la voz (CeuVoz) Sarmen Almond e Indira Pensado; la artista vocal Edmée García, quien además ha participado en slams de poesía a nivel internacional; así como Vincent Velázquez y Danger, quienes se enfrentaron a un duelo de rimas, uno desde la décima y el otro desde el rap. Otras propuestas se formulaban desde el valor de la enseñanza misma de la música vocal en distinos géneros, como ocurrió con Guillermo Briseño, quien asistió junto a tres egresadas de la Escuela de música De rock a la palabra, de la cual es director; o como se constató al escuchar a Guillermo Velázquez referirse a la música folkórica de México. También hubo aportaciones formuladas desde la convicción de la importancia de dar voz a otras lenguas, como es el caso de Mardonio Carballo. Mientras que otras perspectivas favorecieron la relevancia de la voz en el teatro y las artes escénicas, como compartieron Micaela Gramajo e Ireli Vázquez.

Resulta importante remarcar lo enunciado al hablar del carácter de seminario que tuvo este ciclo, pues la mayoría de los participantes ha dado clases o talleres de su especialidad, e incluso muchos fueron aprendices directos de Hebe, quien orgullosa y desafiante enunció en un poema: “(Y) me arriesgo a parir las crías tan deseadas, las rebeldes…”, cobijando bajo su ala a participantes y público asistente, equiparando su condición, pero también repartiendo el mismo sentido de responsabilidad ante el acto creador, su recepción y la reacción en consecuencia. Estas “crías rebeldes” lo son en la medida en que desafían el status quoy en la que se convierten en un público crítico que, además, adquiere la responsabilidad de diseminar lo recibido: replicar la duda, enunciar y denunciar la herida y sanar. En resumen, se trató de reafirmar el compromiso de los artistas maduros, de forjar una nueva generación de artistas y de educar y sensibilizar al público. Esto con la idea de crear una comunidad más consciente, abierta y receptiva.

Aunque el coloquio incluyó diversos lenguajes con sus propias cargas semánticas, la variedad de recursos que se apreciaron fue notable. Una de las herramientas técnicas más frecuentes entre los artistas que se presentaron fue el loop, utilizado por Sarmen Almond, Edmeé García DiosaLoca, Iraida Noriega, Juan Pablo Villa y Leika Mochán, cada uno empleándolo con intenciones y efectos muy diversos. La música, cantante y performer Sarmen Almond, por ejemplo, mencionó al respecto que lo considera una herramienta que le permite crear presencias, multiplicar su propia voz para construir paisajes sonoros como el que presentó el 3 de mayo en el mismo Museo Nacional de Culturas Populares.

A lo largo de las distintas presentaciones se replanteó el concepto de la voz no sólo como el resultado emitido por el aparato fonador, sino como una manera de hacer presencia; de ahí la también atinada inclusión de los dibujos de Felipe de la Torre, o los movimientos corporales de Adriana Portillo y Casilda Madrazo, quien confesó una imposibilidad personal de explotar las palabras, pero al mismo tiempo reconoció que su desarrollo en la danza le permitió encontrar la fuerza para manifestarse y desarrollarse aun cuando se trata de tomar la palabra. Así, no asombró que compartiera con el público que actualmente se encuentra tomando cursos de canto con Hebe para trabajar con su voz.

Producto de estas diversas visiones, naturalezas y disciplinas, el uso de la voz presentó variantes de enunciación, es decir que cada uno de los artistas la vinculaba más con ciertas líneas y preocupaciones específicas. Por ejemplo, Cynthia Franco e Ireli Vázquez hicieron mucho énfasis en el uso social de la voz como herramienta de empoderamiento, aunque la primera lo formuló más como una oda, específicamente a su lugar de origen: la frontera. Hebe Rosell, por su parte, se refirió en repetidas ocasiones al grito como punto de fuga, como nacimiento de una voz transgresora y como recurso de provocación; en complemento y contraste, Guillermo Velázquez, junto a Mardonio Carballo, incluyeron el silencio como su opuesto, señalando que puede también cumplir una función provocadora. Con intenciones igualmente transgresoras se vio a Sarmen Almond y a Juan Pablo Villa utilizar la voz como elemento de evocación, como un conjuro de presencias, con el cual construían una identidad vocal más compleja con ayuda de los loops. En el caso de este último, vinculado a la carga semántica que lo emparenta con el canto cardenche.

Otra forma recurrente de enunciar fue la de la voz ritual, cercana a esa oralidad primigenia actualmente olvidada o aun desdeñada, pero no por ello menos poderosa. Al hablar Hebe de la renovación de impulsos, Índira Pensado acudió a la voz indómita como signo de vitalidad sonora en la escena e insistió en la importancia de la técnica: habló de la respiración elocuente, aquella que no sólo sirve para conectar el cuerpo y el aparato fonador, sino para crear un puente con el otro, lo que la convertía en una herramienta de empatía. Tanto Pensado como Lizeth Rondero, ambas actrices, insistieron en la importancia de la técnica de la voz enunciada.

Entre tantos temas, uno que ocupó a varios artistas fue el uso de la “voz verdadera”, es decir, aquella que no sólo se considera “sincera” o genuina en términos de una identidad, sino también la que es orgánica al guardar relación estrecha y directa con el cuerpo. En contraparte, al caer en los excesos y la impostura, muchos de los invitados declararon que se corre el riesgo de incurrir en el engaño, en lo que denominaron como el “travestimiento de la voz”.

En todos estos ires y venires, entre reflexiones, recuerdos y formas de expresión, no dejó de destacar el papel de Hebe Rosell, no sólo como moderadora o participante, sino como pilar y a la vez detonante, desafiante ante sus invitados y ante el público, mezclando anécdotas de sus orígenes con técnicas vocales y la insistencia en el poder de la voz de atravesar la herida, pues ante el contexto social de crisis en el que se encuentra inserta la escena artística mexicana, le era indispensable nombrar el mayor número de atrocidades y desgracias que enfrenta la sociedad: las desapariciones sistemáticas, la violencia general, los feminicidios, los sismos, la poca credulidad en las autoridades y el sistema de gobierno mexicano, así como el abandono de las artes, la cultura y la educación.

En este contexto en el que el ánimo subía y bajaba según los temas, pero en el que la complicidad crecía entre participantes y asistentes, Alberto Betancourt mencionó el relámpago de la conciencia, el cual tiene lugar cuando los pueblos requieren hacer proezas colectivas. De esta manera se abordó desde la filosofía en la sesión de clausura el tema del compromiso en la palabra, la identidad que se construye y la conciencia del lugar desde el que se enuncia. En este sentido, la propuesta del coloquio-seminario fue ahondar la reflexión acerca de los riesgos, las responsabilidades, compromisos que se asumen al pararse sobre un escenario, así como los usos de la voz considerando las posibilidades de conexión, proximidad y confrontación, con la aspiración de que pueda afectarse la realidad y, sobre todo, “sanar la herida”.

Sin duda, para quienes asistimos al coloquio como público general la riqueza del evento consistió en la revisión panorámica de la voz en la escena contemporánea mexicana, el descubrir la riqueza y pluralidad que la conforma, así como la experiencia del planteamiento ético de la sociedad a partir del quehacer artístico y la conciencia identitaria en relación con el otro, no en oposición ni desde el egoísmo, sino desde la empatía. Para quienes estaban en búsqueda de un saber académico, se trató de una serie de clases magisteriales en las que podían descubrirse a partir del artefacto artístico las relaciones funcionales, formales, semánticas y mediáticas entretejidas en cada obra, así como la intrincada intertextualidad entre las poéticas vocales y las propuestas estéticas de cada artista.

Ciudad de México, octubre 2018

*Isabel Alcántara Carbajal es alumna del programa de maestría en literatura mexicana contemporánea de la UAM, con la tesis “Spoken word y slam de poesía, la escena mexicana contemporánea a la luz de la intermedialidad”. Es colaboradora del proyecto PoéticaSonora MX desde 2018.


[1]Las sesiones se impartieron el 5 de abril, 3 y 17 de mayo, 7 y 21 de junio, 5 y 19 de julio, y 2 de agosto de 2018, alternando siempre de sede entre el  Museo Nacional de Culturas Populares, ubicado en Av. Hidalgo 289, y La Titería. Casa de las marionetas, en Vicente Guerrero 7, ambos en la Colonia del Carmen, Coyoacán, CDMX.